Eugenia De La Costa, la montañista de Las Ovejas logró hacer cumbre en el Aconcagua. Su preparación y lo que fue el desafío que se cumplió el pasado 25 de enero.
Los sueños siempre están al alcance de la mano y para lograr cumplirlos solo dependen del tiempo y de las ganas que se tengan para hacerlos realidad. La perseverancia y una voluntad inquebrantable son los atributos necesarios en el tiempo y en el trayecto hasta el traspaso de sueño a realidad. Esta es la historia de Eugenia De La Costa, una montañista del norte neuquino, que días atrás alcanzó la cumbre del Aconcagua.
“El Aconcagua es uno de los mayores desafíos que casi todo montañista se propone: es el techo de América, ni más ni menos, o sea que por ser tal cual, pone a prueba completamente todas tus aptitudes. Siempre lo pensé y lo pude comprobar”, contó con satisfacción luego de la exitosa expedición a la montaña de 6.961 metros.
El sueño de Eugenia, de 37 años de edad, fue también el sueño de muchos más. Una cadena de responsabilidades y de trabajos compartidos fue la llave a la gloria. “Aconcagua como proyecto surge del encuentro con otros montañistas, todos de distintos lugares: Rosario, Bariloche, Neuquén y mi pueblito Las Ovejas”, contó Eugenia.
“Si bien es real que vivimos alejados de los grandes centros urbanos que nos permitan acceder a equipos necesarios para la práctica de este deporte, no fue imposible alcanzar lo que se necesitaba. Claro está que en la logística hubo mucho trabajo de acuerdos y gestión por parte de cada integrante del grupo”, precisó.
La joven montañista del norte neuquino señaló también que “dentro de la organización de la expedición fue esencial distribuir el trabajo. Unos se encargaron de conseguir y/o alquilar equipos, otros con los permisos del parque, la contratación de servicios, de insumos. Realmente llevó varios meses poder lograr concretar éste proyecto”.
Comenzó la aventura
La preparación es una de las claves para la tremenda aventura en el Aconcagua. “El primer objetivo de la expedición fue la aclimatación a la altura. La hicimos en el Cordón del Plata, subiendo justamente el cerro El Plata que casi tiene 6000 metros sobre el nivel del mar (con exactitud su altura es de 5.956 metros)”, relató la joven a LM Neuquén.

El período de aclimatación duró una semana donde tuvieron temporales de lluvia y nieve. “Tuvimos que estar prácticamente casi dos días encerrados en una carpa esperando la ventana de buen tiempo para ascender. Y finalmente el 7 de enero hicimos cumbre en El Plata”. Posteriormente todos los integrantes de esa cordada bajaron y decidieron descansar un par de días en la ciudad de Mendoza capital.
Tras recuperar fuerzas y alimentar el espíritu, el grupo volvió al Parque Aconcagua el 11 de enero. Allí comenzó el camino a la gloria, la cumbre. En una primera etapa llegaron hasta el campamento Confluencia, allí armaron las carpas y descansaron una noche. Al otro día reanudaron la marcha y atravesaron la Playa Ancha de 27 kilómetros en ascenso para llegar al campo base Plaza de Mulas.
En ese punto, “primero se pensó descansar un día y empezar con los porteos a los siguientes campamentos. Pero el mal tiempo no nos permitió, fue así que estuvimos casi una semana esperando una ventana de buen tiempo, claro que en los intervalos en donde los granizos y nieve, sumado a vientos de casi 110 km/hs no nos daban un respiro. Logramos subir a los campamentos Canadá y Nido de Cóndores a portear equipos, insumos y alimentos”, contó Eugenia.
“Fue muy difícil todo. Aconcagua te pone a prueba constantemente, tanto física como psicológicamente”, añadió. Para graficar esto palabras refirió que “fueron días de larga espera, de muy bajas temperaturas a pesar de estar en campo base. El agua para tomar, se congelaba aún estando dentro de la carpa. Pero no perdimos la fe de esperar esa ventana de buen tiempo, que todos los días se iba corriendo un poco”.
Contó que “vi como grupos enteros se volvían y desistían porque el clima no daba tregua. Vi como expediciones completas llegaban a un campamento superior y el viento les volaba la carpa y tenían que retirarse y volver. Nosotros resistimos en el campamento, solo ascendimos a portear, pero volvíamos”, agregó. Eugenia relató que fueron días muy duros, donde la templanza fue puesta a prueba en todo momento y donde las emociones estaban a flor de piel.

Los compañeros de la expedición
A medida que iban ganando altura también iban quedando compañeros en el camino. “En principio éramos un grupo de 4 personas, que de las cuáles por las dificultades de la montaña y problemas de salud propios de la actividad, quedamos solo dos. En campamento base (Plaza de Mulas) hicimos conocidos que, hoy por hoy son amigos, y volvimos a formar el grupo de 4: el médico rosarino César Morillas, dos montañistas chilenos Juan Pablo Becker y Rodrigo Morales y yo. Justamente con ellos desde el campamento base coordinamos la ascensión, directo a Nido de Cóndores, salteando el campamento Canadá”.
Camino a la gloria
Luego de tantos días de esfuerzo y perseverancia, Eugenia y sus compañeros tenían el sueño de cumbre a un tirón, que en la montaña hasta un metro es demasiado. “En Nido de Cóndores estuvimosaclimatando para tirar cumbre desde ahí y no ascender a los campamentos superiores, ya que le temíamos al viento que nos jugó una mala pasada”, narró la joven a LMN.
Hasta que llegó el día y la hora señalada para comenzar el camino a la gloria: “El día martes 25 de enero a la 01 AM salimos camino a la cumbre los cuatro. A los 6400 metros, uno de nuestros compañeros sufrió Mal agudo de Montaña (MAM) y perdió la vista de un ojo y decidió volver. Nosotros tres decidimos seguir”, contó Eugenia. Así es que arribaron al campamento Independencia. Allí los dos compañeros de la neuquina se empezaron a sentir mal, uno con MAM y el otro con hipotermia.
“Yo estaba muy bien, invertí muchísimo en equipo y además tengo la bendición de que no me hace mal la altura. En ese duro momento me sentí con la gran responsabilidad de tomar la iniciativa de guiar y cuidar al grupo. Cuando salió el sol, pudimos descansar y mis compañeros se recuperaron y seguimos viaje, recordó de ese momento.

Recorrieron la Gran Travesía y llegaron a La Cueva donde se toparon con muchas personas mal de salud y el guardaparque los ayudaba a descender. Y finalmente, llegó el momento, el más difícil de todos que es completar el recorrido de La Canaleta para lograr saltar a la cumbre a las 15:15 hs.
“A medida que ascendía, veía como expediciones completas se volvían, pude ver desde una chica con ACV, personas con ataxia e hipotermia entre otros males. Siempre queda en claro que a la montaña no hay que subestimarla jamás. Agradezco a mis dos compañeros César y Pablo por la fortaleza y la humildad de comprometerse desde el momento que nos encontramos con este proyecto de cumbre Aconcagua”.
En ese último tramo “todos ahí somos amigos, aunque sea que te hayas visto una vez, somos todos pujando para llegar, desde ponerle el hombro para acompañar al que ya no tiene fuerzas, o desde invitar un dulce para ayudar a la marcha del compañero que va agotado, o bien de esas palabras de aliento tan necesarias para motivar su desaliento y continuar caminando. Hay que llegar”, recalcó Eugenia.
“El abrazo cumbrero es ese abrazo que entre lágrimas te hace recorrer en imágenes cada instante, cada momento que te llevó a estar ahí. Es como una secuencia fotográfica de cada instante que forma parte de ese logro, esos días de entrenamiento, las personas que se comprometieron con vos, que te motivaron, te acompañaron y también de aquellos que no creyeron y te impulsaron a ser más fuerte y seguir”, enfatizó Eugenia, que ahora espera por ahora espera “volver a casa, encontrarme con mi familia, mirar a los ojos a mis seres queridos y decirles cuánto los amo”.

-> El apoyo de la familia
Eugenia relató que el pilar fundamental para lograr este sueño fue su familia. “Dedico esta cumbre, Aconcagua que no es ni más ni menos que el techo de América, para mi familia, mis amistades y principalmente para mis hijos John y Alín, enseñándoles con el ejemplo, que para lograr los sueños se permanece, se lucha, se trabaja, se esfuerza, pero no es imposible. Y decirles a todos que estoy muy feliz de haberlo logrado, los meses previos al Aconcagua fueron de muchos desafíos, entre ellos una fractura de una mano que indefectiblemente me obligó a entrenar enyesada. Fueron meses de desánimo y entusiasmo, pero ahí estuvieron mis compañeros de montaña, amigos y familia alentándome a seguir”.
FUENTE LMNeuquen Por Fabián Cares