En tiempos muy remotos, uno de los primeros Incas fundadores, emprendió desde Cuzco, un recorrido hasta los últimos confines del sur imperial, adentrándose en las tierras pehuenches del Norte Neuquino.
Luego de disfrutar de los baños termales del Domuyo, (la gran pasión del Inca y su corte, era visitar y disfrutar de todas las aguas termales que se conocieran en su Imperio), al seguir más hacia el sur e intentar cruzar el caudaloso Neuquén, fue arrastrado por un repentino remolino y su cuerpo desapareció en las aguas turbias. Sus soldados y comitiva, lo buscaron con dolor y desesperación por todos los recovecos y remansos del río, sin poderlo hallar y sufriendo por el hambre, la sed y los rigores del sol, en tierras desconocidas y al no encontrar ningún árbol de sombra en su camino.
Al llegar a una gran curva del Neuquén donde éste cambia su curso hacia el oeste, se encontraron con un hermoso valle de abundantes mallinales y cubierto de siempre verdes arbustos que nunca antes habían visto, parecidos en sus frutitos a su Molle sagrado. A su sombra se detuvieron a descansar aliviando su cansancio con los frutitos negros y picantes de esta extraña planta. Al cortar sus ramas para leña, descubrieron que su blanca madera mostraba en su centro, al partirla, un color rojizo de sangre que al aire se desvanecía. De sus heridas, goteaba una espesa savia lechosa que al mezclarla con los frutitos negros, producía una fuerte chicha que les trasmitía placer y euforia, levantando el ánimo de los alicaídos soldados imperiales.
Comprendieron que esa planta, rara para ellos, era un regalo de su Inca y una señal de que no lo siguieran buscando pues él viviría para siempre en ese valle y en esa planta.
Le dieron al extraño arbusto, el nombre de Inca Am, -incán, huincán, huingán- que significa: “Espíritu o regalo del Inca”.
Y Huingan-Có, arroyo o agua del Huingan.
PUBLICACION MURO Isidro Belver